miércoles, 12 de agosto de 2009

Juan, Juanjuán y Juanjuanjuán


No suelo tomar textos de otras personas, pero esta primera vez creo que vale la pena. Aquí les dejo «Juan, Juanjuán y Juanjuanjuán», un cuento incluído en Cuando el mundo era joven todavía de Jürg Schubiger, uno de los mejores libros para niños que he leído en mi vida. Y la ilustración la ha hecho mi amiga Marina Martin, quien me ha fotocopiado tres veces de memoria y sin nunca haberme visto de niño...

«Un padre tenía tres hijos exactamente iguales. El primero se llamaba Juan; el segundo Juanjuán, y el tercero, Juanjuanjuán. Los tres hijos jugaban en el jardín, y el padre les llamaba cuando la comida estaba preparada. Cuando quería referirse a los tres hijos gritaba: «Juanjuanjuanjuanjuanjuán». Más tarde, inventó la abreviatura Juanjuanjuan; el nombre Juanjuanjuán tiene tres partes, y contenía los nombres de Juan y Juanjuán. Pero cuando el padre gritaba: «¡Juanjuanjuán!», refiriéndose sólo a Juanjuanjuán, a veces iban los tres, y cuando se refería a los tres, a veces sólo iba Juanjuanjuán. Pero el mayor lío se armaba cuando el padre tenía que llamar al primer hijo, a Juan, dos o tres veces porque no contestaba. En esos casos, a veces iba Juanjuán o Juanjuanjuán, según les convenía.


El padre comprendió que no había elegido bien los nombres de sus hijos. Tenía que poner otros nombres. Así que desde entonces llamó al primer hijo Juanrodolfo, al segundo, Juancarlos, y al tercero, Juanjacobo.»



P.D. Y todo para decir que ya soy papá y que recordé a tiempo este cuento antes de elegir un nombre. 


martes, 12 de mayo de 2009

La pistola de palabras II

- Salve a mi amigo, doctor, ¡sálvelo!
- Oye chamo, tranquilízate. Si quieres que salve a tu amigo, TE-ME-TRAN-QUI-LI-ZAS…
- Pero, ¿lo va a salvar o no?
- Claro, no ves que en este ambulatorio hay de todo. Tenemos suelo, techo, aire y una mesa que no se la han robado porque es de cemento.
- No se burle doctor, que mi panita está agonizando… Vamos pues, ¡muévase! ¡Haga algo! ¿Dónde guarda el equipo para operar?
- En el bolsillo. Mira: tengo hilo de pescar y una navaja suiza.
- ¿De verdad es suiza?
- No.
- Cooooño...
- Mucha queja y mucha guevonada, y a mi me huele que ustedes dos andaban en una vaina rara, drogándose, metiéndose comic sans en medio de la calle…
- ¿Nosotros? ¡Ta’ loco doctor! Mi pana y yo estamos en contra de la comic sans… Eso es una lacra social que hay que borrar de la tipografía latinoamericana…
- ¿De verdad? ¿Y por qué estás tan nervioso y hablando como si estuvieras en una propaganda antidrogas?
- Bueno, doctor… Fumamos un poquito de Helvetica, y eso no jode a nadie, ¿verdá?
- Sí, sí… Ayúdame a quitarle la chaqueta, el suéter, la camisa, la franela y la camiseta a tu amigo… Con este calor de mierda, ¿por qué coño se visten así?
- ¡Sálvelo doctor!
- Veeerga… Esta herida es un desastre. Chamo, cuéntame que pasó y cuéntame la verdá, ¿okey?
- Doctor, salimos de la casa y cuando pisamos la acera ¡TUM!, una palabra perdida hirió a mi amigo en el pecho…
- ¿Otra vez? Todo el mundo viene aquí con ese cuento de la palabra perdida.
- ¡Pero es la verdad doctor! Asómese por la ventana...¿Sabe cuántas palabras perdidas están volando sobre Caracas? Palabras sin dueño que ya nadie pronunciará, atravesando un cielo sin texto, rompiendo las nubes con su ceguera, solitarias y mortales, llenas de rabia al caer como una lluvia de pianos desafinados...
- ¡Ah no! ¡Eso sí que no! No te me pongas poético que te meto un navajazo… Te me callas la boca que vamos a ver que puedo hacer con esta herida… ¡Mieeeerda!
- ¿Qué pasa?
- Que no lo hirieron con una palabra… Le metieron una estrofa completa por el pecho.
- Usted es doctor, ¡contrólole la rima, aplíquele una aliteración!
- No es tan fácil… Esta estrofa es un tetrástrofo monorrimo.
- ¿Y qué?
- Pues que es una estrofa española del siglo XII que se compone de cuatro versos alejandrinos, o sea, de catorce sílabas, con rima consonante uniforme, repartidos en dos hemistiquios de siete sílabas, con pausa o cesura entre ellos… ¡Qué cagada! No puedo extraerla. No soy médico medievalista.
- ¿Y dónde encuentro yo a un medievalista?
- En una clínica privada.
- ¡No me joda! ¿Y pa' que coño es usted médico si no sabe extraer una estrofa de mierda?
- Un momentico chamo, un momentico ahí. Yo estoy especializado en rap y en copla llanera, con dos posgrados en contrapunteo. Y cuando yo estudié, la gente no se la pasaba disparándose poesía culta que no entiende. Oye, si al menos fuesen unos pentámetros yámbicos podríamos inyectarle unos acentos, pero...
- ¡Coño sáquele esa estrofa!
- Aunque se la saque ya no serviría de nada. Siento decirte que a estas estrofas las remojan en versolibrismo, y en este momento cada palabra está mutando en el interior de tu amigo.
- ¡No puede ser!
- Sí que puede ser. En los laboratorios hacen cualquier cosa con las palabras y en este país no se respetan las leyes de la métrica.
- ¡Hijo'e'putas! O sea que, mi panita ya está muerto…
- Sí.
- ¿Y qué vamos a hacer?
- Llamar a los de la morgue. Y mientras los esperamos, ¿te queda un poquito de Helvetica?


viernes, 8 de mayo de 2009

La pistola de palabras


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In memoriam Ateneo de Caracas


- No está mal, mi pana… Pero, si vas y te compras una pistola de palabras… No sé, mejor haber hecho una gran inversión y te comprabas una ametralladora de palabras de una buena vez, ¿no?
- No me ladilles… Sólo me alcanzaba para comprarme una calibre 22.
- De verdad que es chiquitica… Y es de producción nacional... Chamo, ¿me dejas disparar con ella?
- ¡Claro! Pero apunta a la pared, no sea que mates a alguien de un palabrazo.
- ¡Ni que trabajara en el gobierno! Bueno, voy a disparar… ¿Estás listo?
- Dale…

… … …... ... . . . . . .... .... . . ... . . ... …...

- ¡No sale nada! ¿Seguro que está cargada?
- ¡Seguro! Vuelve a apretar el gatillo…
- ¡Okey!... ¡Voy!…




… … … ve … … …ve ….ve.. ... ... ... ... ... .. ... ... . . . .... . . . ...... ... ...




- Ay chamo, esta vaina no sirve pa`nada...
- ¡Pues dame acá guevón!
- Espérate… ¡Déjame darle otra vez!... ¡Voy!




… … … Venezuela… … es… … … … … … ... ... ... …




- ¡Funciona! ¡Sigue apretando el gatillo!
- ¡Le estoy dando! ¡Le estoy dando!




…. …. …. … … … …... ... .. ... . . . . . ........ . . . . ... … … … …



- Que va, mi pana... No sirve. Estas pistolitas siempre se encasquillan con los adjetivos.
- ¡No joda! ¡Dame esa pistola! Ya vas a ver, aquí tengo una palabra con la que sí va a funcionar…
- Chamo, ¿qué estás haciendo con ese cargador? ¡Epa, eeepa! ¿De dónde sacaste tú esa palabra esdrújula? Mira que… ¡Y es un adverbio! No chaaamo, coño, verga, cuidao, que mira que están prohibidas en la calle y te pueden…
- ¡Ya cállate!
- Pero… ¡Chamo! ¡No! ¡No te apuntes en la cabeza!
- ¡No te me acerques!… ¡Se acabó está mierda! ¡Hasta nunca!


… … … ……… . . . . . . … … .. .. . . … . .. . . . . …. ..




-¡Coñoelamadre! ¡No funciona! ¡Mierda, mierda, mierda!...
- Tranquilízate mi pana... ¡Ya pasó!... Ya pasó... Todo está bien... Así es la vaina en este país...
- Pero…
- Es así y punto…
- Y ahora… ¿Qué nos queda?
- Pues… Seguir siendo lo que siempre hemos sido: dos sustantivos sin pistola.
- Con pistola o sin pistola… ¡Es igual!
- ¿Me lo dices o me lo preguntas?
- Coño… ¡Qué jodidas son las palabras!
- Y eso que no somos poetas.




jueves, 26 de febrero de 2009

Lo que el precio se llevó

Despegamos sin contratiempos y media hora más tarde sobrevolábamos el océano Atlántico. A mi lado, cosa es costumbre, se había sentado una chica con sueño. Justo después del despegue, se quedó dormida con medio rostro hundido en un suéter con el que se había fabricado una almohada. Confiada y ausente, respiraba como un angelito con la boca abierta.

De pronto, el avión comenzó a temblar y se empezaron a escuchar ruidos como si algo golpeara el fuselaje. La luz del símbolo de “abróchense el cinturón de seguridad” se encendió y por los altavoces se escuchó la voz del piloto que decía apresuradamente:

“Hola. Soy el capitán Daniel Parsons, comandante de la nave. Por favor permanezcan en sus asientos con el cinturón de seguridad abrochado. Estamos atravesando una nube de precios... En unos minutos, no habrá más turbulencias. Gracias y disculpen las molestias.”

La chica sentada a mi lado se había despertado y estaba muy asustada. Tragó saliva y me preguntó:

- Disculpa, pero… ¿Qué es una nube de precios?

- Leí que con la crisis económica los precios han subido tanto que han llegado hasta las nubes – le dije, extasiado por sus largas pestañas -. Al parecer, se acumulan en algunos lugares de la atmósfera y bueno, crean turbulencia cuando pasan los aviones.

- ¿Y son peligrosos?

Iba a responderle cuando un golpe muy fuerte hizo que el avión se tambaleara. Algo había golpeado el ala derecha… Me asomé por la ventanilla y vi como la turbina empezaba a incendiarse. Alguien, un hombre, gritó:

- ¡El precio del tomate ha chocado contra la turbina! ¡Vamos a morir!

Gritos por todas partes y ahora sí, el avión empezó a menearse como un trozo de gelatina.

Todavía con la nariz aplastada contra la ventanilla, traté de calmarme y pensar… “No es una película. Es la realidad. Vamos a morir... ¡Vamos a morir!... ¿Qué puedo hacer en una situación como ésta? Piensa, piensa… Sólo… Sólo hay una cosa…”

Me giré hacia la chica que está sentada a mi lado y le dije:

- ¡Vamos a echarnos un polvo!

Pero ella ya no está en su asiento. Sin camisa y con los pantalones medio bajados, se está besando y metiendo mano con una pareja sentada al otro lado del pasillo.

El avión se inclinó mientras seguía perdiendo altura. Las mascarillas de oxígeno saltaron de sus compartimientos. Mierda, vamos a morir...

Me levanté y observé como la ropa interior salía volando en todas direcciones. Vi ráfagas de cuerpos desnudos, que aparecían y desaparecían de los asientos como si fuesen delfines en medio del mar. No hay tiempo. Decidí unirme a la orgía y empecé a quitarme la camisa… Pero mis ojos descubrieron en una de las filas traseras a una ancianita flacuchenta y solitaria. Inclinada y con las manos juntas, se concentraba para rezar sus últimas plegarias.

“Esa pobre ancianita necesita que alguien la conforte” – me dije -. “Alguien que la abrace y le diga que su vida ha tenido sentido”.

El avión ya casi iba en picada y el ruido comenzó a ser insoportable.

Di un salto y me lancé sobre la masa de cuerpos desnudos que llenaba el pasillo. Nadando, o más bien, escalando entre ellos y los asientos por fin logré llegar junto a la anciana. Mientras trataba de enderezarme le dije:

- Tranquila señora… ¡No estamos solos ante la muerte!

Pero la señora pareció no escucharme y siguió ensimismada. Sólo cuando logré sentarme me di cuenta de que no estaba rezando.

Acurrucada, la anciana tenía toda su atención puesta en una pequeña consola que sostenía entre las manos. Me acerqué para abrazarla y descubrí que está jugando Grand Theft Auto. Antes de que todo terminara, logré escuchar su voz temblorosa que decía:

- ¡Voy a matar a estos malditos! ¡Los voy a matar!...

martes, 10 de febrero de 2009

Corre, Hans... ¡Corre!



(Recorte de El Correo del Oricono que me ha traído mi amigo Diego desde Venezuela... ¡Hans sigue vivo!)

Policía venezolana...




(Trozo de un periódico La Vanguardia del día 9 de febrero de 2009 que encontré en un bar de nombre olvidadizo cerca de Arc de Trionf, justo antes de tomarme una birra con Pillo y reírnos porque todos somos hijos de Walter Benjamin)



jueves, 29 de enero de 2009

Mi patria

Salí del baño con la toalla amarrada a la cintura y me dirigí a la silla sobre la cual había dejado mi ropa. Saqué el reloj que guardaba en el bolsillo de la chaqueta y dije:

- Mierda.

Eran las 5 y 35 de la tarde. Hora en la que llegaría mi contacto.

Sonó el timbre y me dirigí a la puerta.

- ¿Quién es?
- El abuelito del quinto piso.
- ¿Qué quiere? ¿Una taza de azúcar?
- No. Traigo un disco de Los Zombies.
- ¿Para reír o para llorar?
- Lo siento. Soy sordo.

Abrí la puerta y allí estaba Hans, el perro salchicha que habla. Entró caminando con sus inmensas piernas que parecían zancos de segunda mano.

- Lo siento. Creo que me han seguido.
- ¿Tú eres medio guevón o qué? Si te siguieron, ¿porque has venido? Toda la misión se irá al carajo…

Hans se dirigió a la ventana y encendió un cigarrillo. Me acerqué a su lado, eché un vistazo sobre Caracas y comprobé, una vez más, que parecía una construcción de lego hecha por un niño tarado.

- Habla Hans, si no quieres que te tire por la ventana.
- Se ha descubierto otra cosa… No tiene nada que ver con lo que estamos buscando…
- Hans, no te hagas el venezolano. Quiero que hables como un perro salchicha alemán, directo y al grano.
- Sabes que se dice que han muerto algunos niños que se han lanzado desde sus balcones, con una toalla amarrada al cuello, porque se creían Superman y pensaban que podían volar...
- Sí, lo sé.
- Pues es mentira. Esos niños no han muerto. Por alguna extraña razón, los niños venezolanos que se amarran una toalla al cuello pueden volar.
- Claro. ¿Y a dónde se han ido volando?

Hans abrió la boca para responder pero se escuchó una explosión y un tiro de escopeta atravesó la puerta y le arrancó la cabeza.

Me quité la toalla de la cintura, me la amarré al cuello y salté por la ventana...

¿Fue Baudelaire el que dijo “mi patria es mi infancia?



jueves, 15 de enero de 2009

Shalom

Tendría que tomar un avión, bajarme en Tel Aviv, caminar tranquilamente por los pasillos del aeropuerto hasta llegar al puesto de los oficiales de inmigración israelíes y decirles:

- Hola. Me llamo Juan Ignacio. Nací y crecí en San Bernardino, antiguo barrio judío de Caracas. Cuando fui al Bar Mitzvá de mi vecino David comí tantos dulces que pasé dos días enfermo con fiebre... También resulta que las señoras judías del barrio siempre se colaban en la fila para pagar en la frutería, así que yo aprovechaba sus descuidos para meterles cucarachas dentro las bolsas de la compra... Y cada vez que me bajaba del autobús me cruzaba con el mismo rabino, uno chiquitico y narizón, al que siempre saludaba diciéndole: ¿Que pasó Barbapapá?, y el rabino a veces se enfadaba y otras veces se cagaba de risa... Y durante años robé pastelitos en la panadería kosher del barrio, hasta que descubrí que el panadero y la panadera siempre lo habían sabido y simplemente dejaban que los robara... Y además me gustan las películas de los hermanos Coen y en fin, vengo de visita y no tengo visado. Así que con permiso...

- Por supuesto, pase usted. - me responderían los oficiales de inmigración.


- Gracias - Diría yo y saldría del aeropuerto. Allí tomaría un taxi y le diría al chofer que me llevara hasta el centro de Jerusalem. Una vez allí, descubriría que no tengo dinero, bajaría del taxi y mientras cierro la puerta, me despediría del taxista diciéndole:

- ¡Que Dios se lo pague!

Y el taxista sacaría la cabeza por la ventana del carro y me gritaría:

- ¡Gracias! ¡Y yo te deseo que nunca trabajes en política!

Y conmovido por sus palabras, me dejaría perder por las calles del centro. Caminando, caminando, caminando hasta que de pronto me encontrara con El Muro de las Lamentaciones. Frente a él, abriría los ojos y observaría los miles de papeles y cartas que se acumulan entre sus grietas y sólo podría decir:


- ¡Dios mío!

Y después, poco a poco, acercaría mi oído a las piedras del Muro.

Y escucharía.