martes, 29 de junio de 2010

Floridablanca 83, otra vez



En esta polaroid me ven metido de cabeza en un contenedor de basura el día 13 de agosto de 2003.

Acabo de cumplir treinta y un años y estoy caminando con Laia y Vito rumbo a mi casa en Floridablanca 83. El calor es insoportable y la temperatura de ese día quedará registrada como el record del verano. La verdad es que no recuerdo de qué íbamos hablando los tres, pero recuerdo haber bebido muchas cervezas, que Laia llevaba la cámara en su bolso y que al girar en la esquina de Comte Borrell con Floridablanca nos encontramos a un tipo que estaba sacando cajas y bolsas de mi edificio para tirarlas al contenedor de la foto.

Son las dos de la mañana, y ni siquiera en el Reino de España la gente tiene la costumbre de tirar la basura a esta hora. Algo me dice que hay algo extraño. Veo a aquel pobre tipo de estatura mediana, cuarenta y ocho o cincuenta años, cuerpo de pera y pequeñas gafas que suda como un salvaje mientras arrastra una caja inmensa y le ofrezco mi ayuda. El tipo se endereza, da un paso atrás y me observa como si yo fuera un ladrón que va a robarle la basura que está a punto de tirar. Vito reacciona y con su catalán literario y un poco ebrio le dice:

- Hola nadiu! No tinguis por, som gent de pau… (Que se traduciría: ¡Hola nativo! No tengas miedo, somos gente de paz…)

- ¿Sois gilipollas o qué? – responde el tipo casi gritando.

- Tranquilo… Yo vivo aquí, en el tercero –intervine, mostrando las llaves y señalando el edificio-.

- ¿Ah sí? Pues nunca te he visto en la escalera…

- Sí, qué raro... Yo tampoco te he visto.

Observo que hay dos cajas registradoras (que también aparecen en la foto) aguantando la puerta del edificio para que no se cierre. El tipo se gira y con voz pausada me dice:

- Si las queréis, cogedlas. Es más, cojan lo que quieran. En esta caja hay facturas viejas, pero en el contenedor hay papel carbón y no sé que más.

Su respuesta me deja desconcertado. Intercambio miradas con Laia y Vito y comprendo que ellos también quieren saber qué carajo hace este tipo tirando papel carbón a las dos de la mañana. Ni siquiera recordaba que existía el papel carbón.

Así que lo ayudamos a tirar todo. Y con esto quiero decir que después de la cajas registradoras venían cuatro estanterías, un escritorio desarmado, algunas sillas destrozadas por las termitas y bolsas de basura llenas de papeles y cartulinas en estado deplorable. Al finalizar, el tipo nos mira y nos suelta algo parecido a este párrafo:

- Mi padre tenía una juguetería aquí, en los bajos del número 83. Cerró en el año 77 y desde entonces todos estos trastos han estado guardados en una habitación en casa. Después mi padre murió, bueno, fue hace años y no sé, hoy en la mañana pensé que debía tirar todas estas cosas de una vez por todas. He esperado hasta esta hora para no molestar a nadie, pero ya veis, resulta que me he encontrado con vosotros. Muchas gracias por ayudarme, sois muy majos. Adeu y bona nit.

- ¿Eso es todo? – Pienso y me rasco la cabeza.

Lo veo subir por las escaleras y le grito:

- ¡Oye! ¿Y al menos no te quedan juguetes de esa época?

- No… ¡Adeu! – le escucho decir mientras desaparece entre los escalones.

Yo no tengo olfato para los negocios ni para casi nada, pero tengo olfato para las historias. Así que salgo de nuevo con Laia y Vito y sin dudarlo ni un instante me meto dentro del contenedor.

Allí empiezo a abrir cajas, bolsas y todo lo que encuentro. Hasta que mis manos tocan la textura de un papel suave y delicado. Es una resma de papel de regalo que saco a la luz y nos maravilla a los tres porque parece que los tres ya la hemos visto.

Me llevo la resma entera y la guardo. Y no sé por qué, pero nunca más me encuentro con aquel tipo, aunque estoy pendiente de él cada vez bajo o subo las escaleras.

Luego, el 28 de agosto de 2005 (dos años y quince días más tarde) voy a la pizzeria Al Passatore
para el cumpleaños de mi amigo Patricio, y le llevo un pequeño presente envuelto en aquel papel de regalo. No es más que un pato que cambia de colores con la temperatura del agua y una roca volcánica que recogí en Sicilia.

Le entrego el paquete al final de la cena y alguien al otro lado de la mesa se maravilla al ver el papel de regalo. Yo le veo los ojos y me enamoro.

Es Marie, con quien comenzaría a salir dos semanas más tarde y con quien hoy, tengo un hijo.

¿Y qué se puede decir cuando todo cambia por culpa de un papel de regalo?

A veces es extraño poder marcar un punto donde todas las cosas empiezan a llevarte hacia una dirección. Y otras veces, lo extraño es no meterse dentro de un contenedor de basura.