jueves, 20 de diciembre de 2007

El Cráneo de Simón Bolívar

Mi amigo Omar me llevó hoy a comprar un cráneo de Simón Bolívar en un puesto de antigüedades en el Mercado de Les Encants. Luego de estudiarlo durante un rato y de constatar que no sabíamos nada sobre huesos de gente famosa, pregunté por el precio.

- 60 euros.
- ¡Coño, ni que fuera el cráneo de Mozart! ¿No me puedes hacer una rebajita?


El dependiente se me acercó y me observó de arriba a abajo con mucho, mucho cuidado. Después me levantó el labio superior y miró mis dientes.


- Veo que eres venezolano.
- Pues sí.
- Pues mira, tengo el cráneo de Simón Bolívar que buscas, se lo vendió un colombiano a mi tatara-tatara-abuelo... - Dijo mientras sacaba una caja forrada en terciopelo negro. La abrió y adentro había un cráneo que me apresuré en fotografiar y que encabeza este post.
- Mmmm... No está mal. Pero, a ver, dígame: ¿Funciona con pilas doble A? ¿Recita el Discurso de Angostura? ¿Dicta cartas y proclamas? ¿Echa cuentos sobre Manuelita Saenz? ¿Brilla en la oscuridad?
- No. Simplemente es el cráneo original de Simón Bolívar y cada 17 de diciembre cuenta cómo se murió realmente.
- ¿Y entonces? ¿Se murió asesinado o enfermo de tuberculosis?
- No lo sé. Habla mucho y prefiero encerrarlo en su caja. Tendrás que esperar al próximo 17 de diciembre.
- No me jodas. Falta un año para el 17 de diciembre.
- Oye tío, ¿y qué puedo hacer yo? ¡Que así funciona este cráneo, joder!...
- De acuerdo. ¿Pero cómo sé que es el cráneo original de Simón Bolívar?

El dependiente alzó el cráneo, lo giró y me mostró su interior. Escrito a mano sobre la superficie cóncava pude leer:
"Ante Dios y la Patria, certifico que éste es mi cráneo original. Simón Bolívar." Y más abajo, un poco borroso: "Made in La Gran Colombia"


- La firma parece verdadera... Bueno, de acuerdo... ¿Cuánto es?
- 120 euros.
- No, no, no... Te doy 10 euros.
- 80.
- 10 euros o nada.
- Pues esperaré a otro venezolano. Ahora abundan por aquí.
- Pues hasta nunca.

Y empezaba a alejarme del puesto cuando mi amigo Omar me pidió que lo esperara. Tosió un poco, se acercó al dependiente y le dijo:


- Oiga, ¿no tendrá por casualidad el cráneo del Lazarillo de Tormes?


El dependiente miró a los lados y le respondió en voz baja:


- ¿Con o sin mandíbula inferior?
- ¿Varía mucho el precio si lo quiero con mandíbula?

Los ojos del dependiente brillaron y media hora después salimos del mercado cargando con el cráneo del Lazarillo, un fémur del Quijote y la pelvis de Ximena, la esposa del Cid.

Coño, no se puede ir a comprar huesos con un filólogo español.




miércoles, 19 de diciembre de 2007

El primer chiste















Otra vez fui arrastrado por un tsunami de trabajo y recién ahora saco la cabeza del agua. Ayer estuve en Bilbao y hoy estoy en Valencia. En ambas ciudades no he salido de una habitación en la que me encuentro haciendo entrevistas y tomando notas para un estudio de mercado que, como todos los estudios de mercado, puede servir para mucho o para nada, y aunque termine sirviendo para mucho es muy posible que luego no sirva para nada porque nadie sabe que pasará con el mercado, el tomate, la política y las sardinas hoy en la noche o mañana a las 10 diez de la mañana, por ejemplo.


O tal vez los futurólogos y tu abuela lo saben y han decidido no contarlo porque son amantes de las películas de suspense. Pero bueno, da igual. El problema es creer en las cosas cuando ocurren y luego mirar rápido hacia delante para creer en otra. Y con esto quiero decir que contra todo pronóstico Chávez perdió el referéndum, y que con toda seguridad organizará otro que difícilmente perderá después de todas las amenazas e insultos que ha repartido para que nos convenzamos de que es tan demócrata como Martí, tan pacifista como Gandhi y tan humilde como Heidi (¡Qué extraño! Todos estos nombres terminan en “i”… ¿Significará algo?). Así que habrá que votar de nuevo y no nos quedará otra sino encomendarnos a San Maquina de Votación, porque aquello que los militares llaman estrategia, pues a los civiles nos suena a trampa.

Y ya veremos lo que pasa, como también veremos lo que pasa con en el mercado, el tomate, la política y las sardinas esta noche y mañana a la 10 de la mañana. Y por cierto, mañana a las 10 de la mañana recordaré de modo gratuito el primer chiste que aprendí en mi vida, cortesía de mi querido primo Eduardo. Es un chiste que deberían practicar todos los políticos para hacer de este planeta un mundo mejor, aunque corramos el peligro de que no lo entiendan:

“Este era un perro que tenía una pata de goma de borrar. Se rascó y se borró.”

jueves, 22 de noviembre de 2007

El NO... ¡Es bueno!

Quizás, amiga/o lector venezolano, no tienes un amigo estudiante o profesor universitario que te haya hecho recuperar la fe y comprender que el domingo 2 de diciembre, día en que se vota el referéndum por la Reforma Constitucional, el abstencionismo puede ser todo lo que a ustedes les de la gana, menos algo inteligente u oportuno.

Lo diré muy claro: por primera vez en mi vida siento que no ir a votar es un abuso. Y no sólo eso, sino que es el último abuso democrático que quedará en el recuerdo. Porque aquí la cosa no se basa en el típico juego chavismo/oposición, como nos lo quieren pintar en más de un sitio, pues en esta votación no elegiremos a Chávez o a ningún asomado líder de la oposición. Aquí de lo que se trata es de responder a la pregunta: ¿quiere usted que el presidente, que ya parece un dictador, se convierta en un dictador de verdad verdad gracias a una reforma que lo eternizará en el poder? Simplemente, es aceptar o no un suicidio largo y doloroso, donde todos terminaremos por volvernos mierda mientras vemos a la muerte vestida de verde militar y paseándose en un Hummer último modelo.

Así que, amiga/o lector venezolano, por favor no seas mierda y anda a votar que NO.


martes, 16 de octubre de 2007

El negocio de mi vida

Es de madrugada y ves a un hombre que se parece a mí. Lo ves corriendo con un maletín negro por la Plaza Rius i Taulet del barrio de Gracia, en Barcelona. Lo ves desesperado y tratando de llegar a la inmensa torre del reloj que está en medio de la plaza. Lo ves y hay algo que no cuadra, hay algo, un silencio imposible, un cambio de luz o quizás una sentimiento que parece robado del tiempo. Y entonces volteas y descubres que lo persiguen tres hombres vestidos como policías de paisano. No lo dudas ni un instante: son tres hawaianos que se dejaron sus taparrabos estampados y sus collares de flores en algún hotel de mala muerte, y ahora van vestidos como los típicos hawaianos que te encuentras en todas las discotecas y que parecen policías, en lugar de hawaianos.

Abres la boca cuando ves que uno de los hawaianos dispara un arpón, y entrecierras los ojos cuando ves el arpón enterrándose en la espalda del hombre que se parece a mí. El hombre pierde un poco el equilibrio, pero sigue corriendo y pasa de largo junto a la torre del reloj. Se acerca observándote y comprendes que se dirige hacia ti. Te abraza de manera muy brusca y jadeando te dice al oído:

- ¿Eres Joe Mashud?

- ¿Qué?... - Balbuceas, porque no sabes quién carajos es Joe Mashud.

Te entrega el maletín negro a la vez que su cuerpo se se derrite y empieza a caer al suelo.

- ¿Qué coño es esto? – logras decir mientras te arrodillas y desciendes al suelo junto a él.

- Adentro del maletín... Los planos secretos de la tabla de surf plegable... - responde el hombre y muere.

Otro arpón llega volando y se te clava en el pecho. Justo después sientes que uno de los hawaianos te arranca el maletín de las manos y escuchas sus pasos alejándose en la oscuridad.

Caes al suelo de espaldas y ya no te duele el golpe que te das en la cabeza. "¿Tabla de surf plegable? Era el negocio de mi vida...", alcanzas a pensar mientras sientes el sabor de la sangre en tu boca.

Y entonces miras la torre del reloj y aunque lo intentas, no llegas a ver la hora.



P.D: Joe, sigo pensando.

miércoles, 18 de julio de 2007

La berenjena catalana

Conversaba con Germán y, cosas de la vida, nos preguntamos de dónde venía la palabra berenjena. Germán me dijo que era de origen árabe y yo le dije puede ser. Así que por supuesto fuimos a echar un ojo al al Tomo I del Diccionario de la Real Academia Española:

BERENJENA.
(Del ár. hisp. badingána, este del ár. clás. bādingānah, y este del persa bātingān).
1. f. Planta anual de la familia de las Solanáceas, de cuatro a seis decímetros de altura, ramosa, con hojas grandes, aovadas, de color verde, casi cubiertas de un polvillo blanco y llenas de aguijones, flores grandes y de color morado, y fruto aovado, de diez a doce centímetros de largo, cubierto por una película morada y lleno de una pulpa blanca dentro de la cual están las semillas.2. f. Fruto de esta planta.
~ catalana.
1. f. Variedad de la común, cuyo fruto es casi cilíndrico y de color morado muy oscuro.

- Yo sabía que era árabe... - dijo Germán.
- Sí, es árabe - concluí -, pero... un momento. Aquí hablan de una berenjena catalana. ¿Alguna vez has visto una berenjena catalana?

Germán, que nació en Sant Andreu y se autodefine como un charnego acatalanado, pensó un rato y luego me contestó que no. Corrimos a la computadora y buscamos en Google, y como ocurre en las historias de Jonas Marinel, lo único que encontramos fue la definición del DRAE que acabábamos de leer en la edición impresa. Encima, tampoco hay fotos en Google ni en ningún lado. Y para resumir: no hay nada de nada, únicamente hay recetas de platos catalanes preparados con berenjenas comunes y corrientes que pudieron haberse cultivado en Montevideo. El detalle, claro está, es que seguramente la berenjena que se come en toda España es, nada más y nada menos, que la berenjena catalana, pero nadie sabe que se llama así...

- ¿Te das cuenta de lo que puede ocurrir si este descubrimiento cae en las manos equivocadas? - dijo Germán preocupado. Los independentistas catalanes podrían tener un nuevo símbolo, pero  si se descuidan, los nacionalistas españoles podrían apropiarse de él sin ningún problema... Por un lado escucharíamos: Una albergínia, una nació... Y por el otro: Una berenjena, grande y libre... 
- Mierda. Nos tocará vivir dentro de una samfaina...
- Quizás - respondió Germán encendiéndose un cigarrillo -. Pero ahora... lo mejor es que salgamos de este berenjenal. Olvidémonos del tema y tú te ocupas de que nadie se entere.
- ¿Yo? ¿Y cómo hago eso?
- Muy sencillo. Publícalo en tu blog.



viernes, 13 de julio de 2007

Desde los balcones

Esta mañana salí de casa y subí por la carrer Sant Pere Mártir para ir hasta la estación del ferrocarril. Venía bastante distraído y justo cuando llegué al cruce con carrer Jesús me encontré con una anciana que parecía un esqueleto recién sacado de una lavadora. Miraba hacia los balcones de un edificio y gritaba: ¡Asesinos! ¡Asesinos!


No entendí nada, pero me asusté lo suficiente como para observar los balcones que veía la vieja y darme cuenta de que estaban totalmente desiertos. Sin esforzarme mucho aceleré el paso para acercarme a ella y de pronto lo vi en el suelo. Allí tirado, a mitad de la calle, había un conejo blanco con las orejas negras, tan gordo que era espantoso. Sus ojos no tenían mirada y su imagen, tan blanca e imposible sobre el cemento, me detuvo en seco. Tenía unas uñas larguísimas y muy finas, casi deformes, que indicaban que en toda su vida de conejo no se había movido de una jaula. Su cabeza era grandísima y su panza descomunal, e impresionaba el hecho de que no había sangre ni nada a su alrededor. Sencillamente estaba muerto como una gran bola de algodón abandonada en la acera. Y mi mente, como cualquier mente, buscó una explicación: en Barcelona cuando llega el verano la gente abandona a los animales o los lanza por el balcón porque no tiene con quién dejarlos al irse de vacaciones. De acuerdo, yo había escuchado que lanzaban pájaros, gatos o tortugas porque suelen sobrevivir a la caída. Pero coño, ¿a qué hijo de puta se le ocurre lanzar un conejo? Levanté los ojos y vi que por carrer Jesús aparecían dos obreros caminando que también se detuvieron al escuchar a la vieja, que maldita sea, seguía gritando como una loca: ¡Asesinos! ¡Asesinos!

Los obreros se rieron de la anciana, vieron al conejo en el suelo y luego me observaron extrañados. Decidí aliviar la situación y no se me ocurrió otra cosa sino soltar una interpretación optimista:
- Cálmese señora, seguro que el conejo saltó y sin querer se cayó desde algún balcón.
- ¿Pero qué dices? – me gritó llena de rabia y dejando ver su dentadura postiza- ¡Ese conejo no se cayó!¡A ese conejo lo lanzaron desde un balcón, y si me cae en la cabeza me hubiera matado!¡Estoy viva de milagro!¡Asesinos!¡Asesinos!

No supe qué responder y no había ni parpadeado cuando los dos obreros ya estaban de pie junto al conejo. Uno de ellos se agachó y en ese momento el conejo tembló, tuvo un espasmo o algo parecido y la vieja volvió a gritar mirando los balcones, no sé, dijo algo que no entendí, y se dio la vuelta y se alejó por carrer Jesús. Entonces el obrero cogió al conejo por la cabeza y le partió el cuello como un profesional. Luego levantó el conejo por las orejas, lo metió en la mochila que llevaba su compañero y ambos siguieron tranquilamente su camino en dirección contraria a la vieja.

Toda esta escena duró un minuto y medio o quizás, menos.

Quedarme solo en la calle fue lo único que pude hacer.

martes, 10 de julio de 2007

Cuando fui telonero

Hoy en clase de francés el profesor nos hizo escuchar la historia de una chica llamada Juliette, cuyo trabajo consiste en ser una “rieuse professionelle”. En otras palabras, a Juliette le pagan por estar sentada en medio del público y reírse en los espectáculos. Cuando ella ríe como una niña a la que todavía no le han enseñado a dibujar casitas, todo el mundo se contagia y empieza a reir y de pronto, la función es comiquísima. Su trabajo es tan viejo como el teatro pero, vamos, eso a nadie le importa. Y menos importa el hecho de que debe permanecer discreta a pesar de llamar la atención, pues si se hace famosa y el público la reconoce perderá su empleo y por ello debe esconderse en el transcurso de las giras. Juliette hace natación, no fuma ni bebe, hace ejercicios de respiración y acude a clases de canto lírico para reír mejor cada día, porque Juliette, ya lo he dicho, es una profesional y no quiere que la comparen con las risas grabadas de la tele.

Al salir de la clase recordé que hace años en Caracas un grupo de teatro húngaro nos pidió, a Juan Cristobal y a mí, que les diéramos una mano en una función que daban en la Hermandad Gallega. La obra se llamaba “La Danza de la muerte” y era una reinterpretación libre de un poema medieval húngaro. Nos hicieron una prueba y como Juan Cristobal reía mejor que yo, a él le tocó ser Juliette y a mí me tocó abrir y cerrar el telón. Yo estaba contentísimo porque la palabra “telonero” siempre me ha parecido muy digna, y Juan Cristobal estaba feliz pues sólo tenía que reir dos veces a lo largo de la función. La verdad es que para dos personas que no sabían nada de teatro éste parecía un buen comienzo, pero obviamente Juan Cristobal se rió a destiempo la primera vez, y la segunda lo hizo tan mal que la gente lo mandó a callar. Y luego yo, al finalizar la obra, estaba tan emocionado que comencé a aplaudir como un loco y se me olvidó cerrar el telón. Después de un minuto a los actores ya les dolía la espalda de tanto hacer reverencias y el público seguía aplaudiendo, supongo, porque los actores hacían las reverencias muy bien. Entonces la muerte, es decir, el actor principal que llevaba una máscara de calavera, me miró, alzó el puño y me amenazó con rabia. Cogí la manivela, la hice girar como un bestia y cerré el telón tan rápido que los actores no tuvieron tiempo de retroceder y se quedaron delante del público. Y como no iba a esperar a toparme con aquella muerte húngara, me fui corriendo por la puerta trasera y me encontré en la calle con Juan Cristobal, que ahora se reía muy bien, pero de nervios, y no paraba de decir: la cagamos Juancito, la cagamos como unos campeones…

Así terminó nuestra carrera teatral. Pero al menos, hoy nos queda el consuelo de haber sido unos profesionales en el difícil arte de cagarla con estilo en una noche de estreno.


viernes, 29 de junio de 2007

Ludwig y la hermosa Helga

Ludwig, sin saber qué hacer, miraba a la hermosa Helga que estaba apunto de subir al autobús rumbo al aeropuerto. Su corazón latía como loco y no dejaba de observar sus sensuales y delicados labios preguntándose: ¿debo besarla o no? Desesperado, comenzó a mirar hacia todas partes buscando una señal que lo ayudara a decidirse, hasta que alzó los ojos y descubrió un descomunal escrito que cubría todo el cielo: LUDWIG NO SEAS IMBÉCIL Y BESA A LA HERMOSA HELGA O LA PERDERÁS PARA SIEMPRE Y SERÁS UN MISERABLE EL RESTO DE TU VIDA.

Y claro, Ludwig no hizo nada porque no sabía leer en castellano.

Moraleja: a veces el castellano puede servir para algo.

jueves, 28 de junio de 2007

Lo de siempre

Alberto odiaba a Felipe. Felipe odiaba a Estela. Estela odiaba a Patricia y Patricia odiaba a Alberto. Los cuatro se encontraban cenando y odiándose en silencio en una cabaña a orillas de un oscuro y solitario lago. Alberto había envenenado la ensalada de Felipe. Felipe había envenenado el risotto de Estela. Estela había envenenado el bistec de Patricia y Patricia había envenenado el puré de verduras de Alberto. Estaban a mitad de la cena cuando de improviso se abre la puerta y entra Wilfred, el asqueroso monstruo del lago, que devora a Alberto, Felipe, Estela y Patricia como si fueran pan con mantequilla. Luego se come el pastel de chocolate, las fresas con crema, los melocotones en almíbar, la caja de galletas, la nutella, la cesta de frutas, la mermelada y los tres potes de helado de vainilla que estaban en el congelador. Ya con la panza llena Wilfred se dirige a la salida, pero siente un mareo y saca su teléfono para llamar a emergencias. Sólo alcanza a soltar un eructo y cae muerto.
Una hora más tarde las luces giratorias de una patrulla de policía iluminan el lago. Dentro de la cabaña el despeinado Inspector Stuart, arrodillado junto al cadáver de Wilfred, anota algo en una libreta y comenta al subteniente Joe:
- Lo de siempre. Otro pobre monstruo diabético...

lunes, 25 de junio de 2007

El Monte Itome

Bebí el último trago de agua que me quedaba en la cantimplora y continué tratando de convencerme de que faltaba poco para llegar. Hacía tres horas que había abandonado el pueblo de Mavrommati y había tomado la carretera hacia el Monte Itome. Estaba sudando como un salvaje, la mochila me torcía la espalda y no me había cruzado con nadie, excepto un par de cuervos y un burro. ¿Por qué nadie en Grecia quería ir al Monte Itome? La verdad es que no lo sé, aunque sí puedo explicar por qué yo estaba allí: porque soy un cursi y porque una vez había leído la historia de la ciudad de Itome. 

Ocurrió por allá en el siglo V a.C., cuando los espartanos tomaron la ciudad y esclavizaron a sus habitantes, los hilotas. A mí siempre los espartamos me han caído mal porque no eran más que unos militares que, como todos los militares, no saben hacer otra cosa sino esperar la muerte matando a los demás. Y a mí me encantó leer que los hilotas se sublevaron y les patearon el culo, y que los espartanos sitiaron la ciudad durante diez años y no lograron tomarla, y que los atenienses cagones apenas ayudaron a los hilotas y que dio igual, porque al final los hilotas lograron librarse del yugo espartano abandonando la ciudad y el Peloponeso. Lo que oyen: para ser libres tuvieron que irse.

Y sí, de la misma manera que algunos imbéciles van a visitar la tumba de Elvis, yo soy un imbécil que quería ir a Itome. Pero caminaba y caminaba y ya empezaba a atardecer. Dos horas más tarde, administrando las pilas de la linterna, sediento y después de atravesar un tétrico campo de olivos y de pasar junto al antiguo basurero municipal, llegué a un monasterio y con el puño golpeé la inmensa puerta de madera. Me abrió un hombre y le dije:

- Por favor señor, ¿podría darme un poco de agua?
- Claro... Pero, ¿de dónde viene usted?
- De Venezuela.

El hombre abrió los ojos como un búho y luego cerró la puerta. Al rato, volvió a salir acompañado por un pope griego, muy flaco y con una inmensa barba que le llegaba al ombligo. El pope me observó y dijo:

- ¿Vienes de Venezuela?
- Sí. 
- Venezuela, al parecer, no existe.
- Sí, eso todo el mundo lo sabe.
- Y además, tú no puedes ser venezolano. Supuestamente en Venezuela sólo hay petróleo, mujeres bonitas y Hugo Chávez.
- Coño, ¿está tratando de decirme lo que yo pienso que está tratando de decirme?
- Exacto.
- O sea que, ¿usted puede leerme la mente?
- Sí.
- Entonces, ¿ahora está leyendo que yo pienso que usted es un perfecto idiota que se cree todo lo que dicen los medios de comunicación?
- Sí.
- Y veamos, ¿qué opina de este nuevo pensamiento donde yo le pido un vaso de agua?
- Que serán 3 euros.
- No voy a pagarle 3 euros, y fíjese bien, ahora estoy pensando que quiero irme y que tal vez usted pueda decirme cómo llegar a Itome.
- Sí, el camino gratuito es aquel de allá. Tenga cuidado con los barrancos y llegará en 45 minutos. Pero antes de marcharse, piénselo bien, ¿no quiere probar el camino de 10 euros?
- Pues pienso que gracias y adiós.

Seguí por el tortuoso camino gratuito y llegué a Itome, que resultó ser un montón de piedras rotas que ni siquiera podrían definirse como una ruina. Qué mierda. Además estaba muy oscuro y me sentí perdido y quise llorar, pero me aguanté las lágrimas para no deshidratarme. A la medianoche, desesperado, volví a encontrar la carretera y caí de rodillas.

Entonces, como en una película donde al guionista se le acabaron las ideas, comenzó a llover. Y mientras yo miraba al cielo y abría la boca como un embudo para beber agua, recordé aquella famosa frase que es pasto de extraños foros literarios y que parece fue inventada por un español, pero que en la cima del Monte Itome resume la esencia de Venezuela, ese país con alma pero que no existe:

“Era de noche, aunque llovía”.




viernes, 22 de junio de 2007

El Jorobado de Plata


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Imagen:
Autoretrato del
Jorobado de Plata
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En las oficinas de la Asociación Trasatlántica de Dibujantes transcurría un día como cualquier otro: burocracia y una larga cola de dibujantes desempleados esperando un plato de sopa de remolacha.

Y de repente, el sonido de unas campanas empieza a escucharse en las oficinas, en los pasillos, en los ascensores, en la cocina donde preparan la sopa de remolacha y también en las calles adyacentes. El sonido de esas campanas hace temblar de miedo a todos los dibujantes...

- ¡Oh no! ¡Es el Capriccio de Wilhelm Fitzenhagen tocado en campanas!

Los dibujantes corren aterrados y algunos se esconden bajo los escritorios y se encierran en los baños, pero otros, sacan pistolas y ametralladoras y se preparan para lo peor. Porque escuchar el Capriccio de Fitzenhagen tocado en campanas sólo puede significar que...

- ¡Prepárense! ¡Allí viene por la calle!

¡El Jorobado de Plata ha vuelto! Los dibujantes comienzan a disparar desde las ventanas del edificio pero es muy difícil alcanzarlo. El Jorobado de Plata avanza a grandes saltos, se acerca rebotando sobre su increíble joroba como una pelota de goma gigante. Entra volando y destroza las ventanas del cuarto piso y comienza a lanzar escritorios e impresoras como si fueran tomates. Disparan contra él... pero, como siempre, las balas rebotan en su portentosa joroba y a continuación se dedica a morder las pantorrillas de cuanto dibujante se cruza en su camino.

Después bebe agua en el quinto piso y cuando llega al sexto lo reciben con tres granadas. Sobrevive, descubre que se le ha despegado la suela de una bota y ahora sí que está enfadado. En el séptimo piso, contando con el apoyo de cuatro bazucas y una mina anti-submarinos, el Presidente de la Asociación decide sacar una bandera blanca.

- Señor Jorobado de Plata, ya le hemos dicho muchas veces que nadie quiere dibujarlo.

- ¡Quiero un dibujante! – Gritó el Jorobado de Plata.

- ¡Usted es políticamente incorrecto y además, es de mal gusto! Siempre le digo lo mismo: cualquier dibujante que se atreva a dibujarlo habrá acabado con su carrera. Así que no vuelva a enviar sus historias porque nadie las lee. Y yo le pido que entienda, de una vez por todas, que esta destrucción es innecesaria. Se lo pido por favor... ¡váyase y déjenos en paz!

El Jorobado de Plata se dio la vuelta y caminó hacia la salida, pero se detuvo en el umbral de la puerta, saltó de espaldas, voló por los aires y con su extraordinaria joroba cayó sobre la mina anti-submarinos.

Por quinta vez, la sede de la Asociación Trasatlántica de Dibujantes quedó en ruinas. Y de sus escombros, ahora mismo, surge una figura de color plateado que se arregla el antifaz y se va rebotando por la calle rumbo a la catedral. 


El sonido del Capriccio de Fitzenhagen tocado en campanas se va alejando poco a poco, como letras que se van haciendo pequeñas hasta que ya no se pueden leer. Y entonces, sólo queda el ruido de la ciudad y una pregunta en el aire...  

¿Quién va a dibujar al Jorobado de Plata? 





P.D. A mi amigo Frank que está en Génova, porque algún día todos encontraremos trabajo.