Alberto odiaba a Felipe. Felipe odiaba a Estela. Estela odiaba a Patricia y Patricia odiaba a Alberto. Los cuatro se encontraban cenando y odiándose en silencio en una cabaña a orillas de un oscuro y solitario lago. Alberto había envenenado la ensalada de Felipe. Felipe había envenenado el risotto de Estela. Estela había envenenado el bistec de Patricia y Patricia había envenenado el puré de verduras de Alberto. Estaban a mitad de la cena cuando de improviso se abre la puerta y entra Wilfred, el asqueroso monstruo del lago, que devora a Alberto, Felipe, Estela y Patricia como si fueran pan con mantequilla. Luego se come el pastel de chocolate, las fresas con crema, los melocotones en almíbar, la caja de galletas, la nutella, la cesta de frutas, la mermelada y los tres potes de helado de vainilla que estaban en el congelador. Ya con la panza llena Wilfred se dirige a la salida, pero siente un mareo y saca su teléfono para llamar a emergencias. Sólo alcanza a soltar un eructo y cae muerto.
Una hora más tarde las luces giratorias de una patrulla de policía iluminan el lago. Dentro de la cabaña el despeinado Inspector Stuart, arrodillado junto al cadáver de Wilfred, anota algo en una libreta y comenta al subteniente Joe:
- Lo de siempre. Otro pobre monstruo diabético...
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